martes, 20 de marzo de 2012

Chelsea Wolfe, Ἀποκάλυψις



(Pendu Sound, 2011)

Cuando en el bosque, en medio de la noche, atraviesas unas cortinas rojas aparecidas de la nada, pueden pasar cosas. Nada te prepara, sin embargo, para algo como esa amiga que te acuchilla con sus gritos. De manera parecida empieza este disco. Ella me mete el susto en el cuerpo, me acojona para que le preste toda mi atención. Lo deja bien claro: no se anda con tonterías, esto es un asunto serio. Y entonces entra en escena.

Está oscuro, muy oscuro, de pronto unas pocas velas arden con luz roja y tenue en la estancia, y ella canta con su banda, exclusivamente para mí, aquí, en la oscuridad, donde nunca sabes lo que puede estar acechando. Su voz arrastra canciones enigmáticas de dolor, misterio, plegaria y contemplación, acompañada del sonido sucio, crudo y real de su banda de rock lento de almas perdidas. Hacia el final, descubro que no... hay... banda. Sólo ella, perdida en la oscuridad. He visto sus ojos, brillantes como el sol; voy tras ella, caminando en la noche cerrada, con su canto guiando mis pies entre las raíces del bosque, entre las velas apagadas en el suelo de la estancia.

Hay que escuchar este disco para creerse lo bueno que es. Aquí hay un cruce extraño de doom y folk con una sensibilidad y una magia que sólo una mujer es capaz de transmitir. Aquí hay gótico primario, carnal, experimental, original. Pero ninguna etiqueta le hace justicia. Aquí no hay melancolía, hay oscuridad profunda y comprometida, con leves pero luminosos resquicios de esperanza. Alucinante y peligrosamente adictivo.

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